Hay noches (ya sabes de qué noches te estoy hablando) en que nos mostramos como batracios principescos batidos en denuedo sobre el contraluz impúdico de malévolas grietas surgidas de abigarrados escotes estratégicamente ubicados bajo la tenue luz de una farola en un patio de colegio. Noches de esas donde la más descarnada de las musas con dentadura de hojalata se convierte en una bella damisela de la Alta Edad Media, y desperdiciamos sonrisas al cruzar miradas bizcas que observan el final del horizonte donde nos aguarda el más escandaloso de los silencios. Derroche de talento, falsas promesas de salir a hombros al abandonar el ruedo. Noches propensas a instantes de cazurra heroicidad: a ver quién aguanta más, quién llegará más lejos, quién imaginará una noche con aquella desmemoriada que ya corrigió su aliento a anchoas en lata y a buen seguro habrá olvidado aquel reprobable comportamiento sobre un catre de espinas bañadas con furibundas nauseas (simulacro de vómito). Noches destinadas a inventar fiestas masónicas donde veinte gitanas en patineta surgen de la bruma nebulosa de nuestros inconfesables sueños.
Y esas mismas noches, aquí nos tienes (¡ay si pudierais vernos!) apoltronando nuestros doloridos huesos sobre desvencijados sofás de escaperlo, mientras defendemos con vehemencia doctrinas que olvidaremos luego. El primero que se despierte, que llame al otro. De todas formas, gracias por irte sin avisar, ya sabes lo que me cuesta decir hasta luego.
14 jun 2008
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