Una vez más (y van varias) escapé de un entorno sosegado -incienso, raiki, yoga, playa nudista, gente en crecimiento (crisis y cambio). Me tienta un estilo de vida reposado, silencio apologético, alejado del ruido casi siempre innecesario en el que desperdiciamos lo único que nos pertenece: el tiempo.
Pero a la vez vuelvo, me enfrento de nuevo al murmullo generalizado, intento aplicar un ritmo calmado en medio del relajo, camino despacito por grandes avenidas, no hay prisa, no hay prisa... nadie me sigue, nadie me espera. El otro día en Barcelona conseguí abstraerme sentado en un banco situado en el cruce de la Avenida Diagonal con el Paseo de Gracia. Fue una sensación placentera encontrar la armonía interior entre gases, miradas apagadas y bocinazos.
Necesito sentir la paz en medio de un bombardeo. Si me dan a elegir, prefiero encontrarme con mi yo profundo en el jaleo de los bares que en la calma de los desfiladeros. En definitiva, encontrar la quietud en el epicentro del movimiento.
1 ago 2008
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